miércoles, 22 de junio de 2011
El perro territorial
En uno de los tantos barrios que hay en este país había un perro muy grande, con grandes ojos y dientes, que iba cuadra por cuadra marcando su territorio estableciendo límites hasta donde podían llegar los otros perros, como tenía un gran poder tenía una gran ambición. Esto hacía que cada dos por tres encuentre pelea con otros perros. Le faltaba la mitad de una oreja que había perdido con un rotwailer, tenía la cola toda mordida por un bóxer, y así por todo su cuerpo se podía ver las marcas de las batallas. Era un perro insaciable, hasta que todo el pueblo no era suyo no se detenía, entonces andaba en jauría, y los que se atrevían a enfrentarlos terminaban en la veterinaria. Hasta que un día vino al pueblo un perro fuerte como pocas veces se había visto, cuando el perro jefe se enteró, fue con su patota a mostrar quien mandaba en el lugar, vio que realmente era un perro grande, pero él ya había vencido a peores, lo que no se esperó es que todos los perros de los barrios, cansados de la opresión, ese día aparecerían a apoyar al nuevo vecino, fue así que se armo una gran riña. Tanto ruido hicieron que los vecinos llamaron a los bomberos y a la policía, quienes los fueron atrapando de a uno y metiéndolos en jaula, una vez en la perrera sus dueños vinieron a retirarlos, algunos salían vendados, otros rengueando, otros aullando. Desde aquel día cada perro quedó atado en su casa, o encerrado en los límites de su territorio; por eso hoy en día se cuida que no se escapen. El gran perro aprendió una gran lección: que no era la cantidad de terreno, huesos o cosas lo que lo hacía feliz; sino la calidad, que sus dueños lo quieran y lo traten bien. Allí en su pequeño patio, ya no debía pelear para mantener el territorio, el honor, la seguridad, tampoco tenía odios, ni miedos, pues no había porque ni a quién; fue así que al pueblo volvió la paz.
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