lunes, 17 de mayo de 2010
El nazi
Germán era hijo de ex soldados nazis, habían emigrado de su país huyendo de los juicios de genocidio. Había heredado de sus padres no solamente una gran fortuna, sino el odio por las otras razas. Al igual que los pájaros del mismo plumaje, no tardó en encontrar personas con el mismo odio que él. _No hay lugar para todos aquí en la tierra_ pensaba _ además hemos aprendido de la naturaleza que solamente sobreviven los más fuertes y de esta forma mejora la especie. Salían en grupo en las noches y cuando se encontraban con alguna persona que era más débil, lo molían a palos, le pegaban hasta que el otro no presentara signos de conciencia, hubo muchos que no sobrevivieron a tal agresión, en las noticias policiales de los diarios se publicaban, pero nadie hacia nada ya que como no eran personas conocidas, o pudientes, era como si no existían, como si les quitaran un problema de encima, por algo será decían. Un día pasaba un niño de color por un callejón cuando este grupo lo interceptó, le pegaron patadas por todo el cuerpo, quedó tirado en el piso, alguien que pasó por el lugar lo ayudo, y lo internaron en el hospital. Lo que no sabía el grupo nazi, era que el niño golpeado era hijo del comisario, este se puso a investigar y descubrió quien estuvo detrás del acto vandálico. Así que uno a uno los fue agarrando, hasta que los puso a todos en prisión. El comisario, no sabía qué hacer, si vengarse haciéndolos golpear o si debía tratarlos mejor de lo que ellos trataron a los demás, pensaba que el remordimiento es peor que el dolor físico, y es mejor para que la persona supere sus problemas. Su mujer le recomendó que hable con el juez para que enviara a cada uno a hacer trabajos comunitarios, pidió a Dios que lo ilumine y eso fue lo que hizo. Uno fue hacer tareas a un hospital, el otro debía convivir en una mezquita musulmana, el otro debía ayudar en las tareas de una iglesia católica, el otro debía colaborar en la sinagoga judía, otro en la iglesia protestante, otro debía ayudar a unas monjas a cocinar en un barrio pobre, otro debía dar clases en la universidad pública, otro hacer tareas en un centro de discapacitados, otro debía dar clases en la cárcel. Luego de un año de labor en las diferentes comunidades, el odio del grupo se había evaporado. El hecho de convivir con los diferentes hizo que puedan comprenderlos, se percataron que pese a las diferencias tenían muchas cosas en común, que en esencia somos iguales como madera del mismo árbol y que el débil en la sociedad humana no es lo mismo que el débil en el reino animal, porque mientras uno es presa de los más fuertes, el ser humano debe ser presa de la solidaridad, de la sensatez, el animal no está obligado a superar los infortunios, el ser humano sí, el animal no puede elegir otro camino, el ser humano sí, el animal no puede entender, ni comprender al otro, el ser humano sí. El puente es el dialogo, el camino es la paz. Los seres humanos somos igual a los racimos de uvas, si quitamos las uvas que nos son lindas, todo el racimo pierde fortaleza y se termina pudriendo, las buenas necesitan de las feas para crecer sanas. Comprendieron que la diversidad cultural enriquece a la comunidad, que cuando un grupo cambia los sentimientos de odio por el de respeto, es cuando la guerra puede terminar en la paz, y cuando el resentimiento se transforma en alegría. El odio es generado por la ignorancia del otro, para superarlo hay que reconocer al otro, como un ser igual a uno, con los mismos derechos y obligaciones, por más que sea diferente en los accidentes.
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