Había una vez un gran árbol de
mango que todos los años daba mucha fruta, por lo que los animales de la selva
establecieron un régimen democrático para administrar los frutos del mango, así
poder ir cambiando las autoridades ya que cuando estas permanecían mucho tiempo
en el poder siempre se quedaban con gran cantidad de los frutos; el viejo
elefante enseñó que el fin del gobierno es la justicia. Pero en la actual
administración de los monos, muchos animales estaban descontentos porque la
ración de mango era muy escaza y se notaba que los monos estaban cada día más
gordos; entonces los animales de la selva empezaron a hacer protestas y
manifestaciones en contra de los monos. Los monos preocupados se reunieron y
decidieron que para que no sigan los reclamos algo tenían que hacer, y se les
ocurrió que si presentaban alguna obra de teatro divertida los animales se
olvidarían de sus pesares. Entonces los convocaban todos los días para
presenciar monerías, y funcionó, los animales se iban flacos pero contentos,
estar con las vertebras bien marcadas se hizo una moda. Pero no pasó poco
tiempo para que los animales con hambre volvieran a reclamar. Entonces los
monos se reunieron nuevamente y tras una breve discusión, a uno se le ocurrió que
debían representar obras en las que los animales se vayan convencidos de que si
los monos no reinasen lo haría el caos, de que la condición de cada animal es por el uso que
hace de su libertad y no por culpa de los que gobiernan que necesitan mucha
fruta para poder pensar bien; afirmó: _los monos tenemos el derecho de
administrar el árbol de mango para el bien del pueblo, pues así lo quiso Dios,
si estamos convencidos, convenceremos. Todos los días los animales se reunían a
ver monadas y pequeñas historias que demostraban que era bueno, justo y
correcto que el árbol de mango lo administren los monos. Cuando se moría algún
animal de hambre los animales se iban convencidos de que algo habrá hecho mal,
que fue su conducta lo que lo llevo a ese estado. Y así los monos gobernaron
por mucho tiempo.
Pablo Martín Gallero
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