jueves, 26 de mayo de 2011
El buscador de oro
En las montañas de un lejano lugar había un buscador de oro muy trabajador, desde temprano agarraba las herramientas y se iba a buscar el preciado oro. Siempre encontraba alguna que otra pepita que le permitía vivir dignamente junto a su familia. Los domingos por la mañana iba con sus hijos a pescar a la laguna, si el clima los acompañaba se quedaban a almorzar debajo de un viejo árbol. Él era muy feliz pero no se percataba de ello, hasta que un día excavando en la mina encontró varias pepas de oro de gran tamaño como siempre había soñado; esto le permitió comprar la casa más grande del pueblo, la que pensaba inalcanzable, y se fueron a vivir allí con la familia. Una noche después de haber compartido una gran fiesta con nuevos amigos, la familia quedó reunida para resolver algunas cuestiones administrativas de la compañía, discutían en un tono agresivo, cosa que le molestó mucho al padre, quién salió de la habitación pensando que cuando no eran tan ricos, no tenían tantos problemas, se sentó cerca del calor del hogar y mirando las llamas recordó cuando el fuego los abrazaba del frío invernal en la cabaña de madera, le volvieron a la mente, los cuentos del abuelo, los colores del amanecer, la transparencia del arroyo, el aroma de las flores silvestres, el trabajo compartido con sus hijos, los amigos de la comarca que ya no veía, en ese momento se dio cuenta que no era la cantidad de oro lo que le daba la felicidad, sino el modo en que vivía cada día y que persiguiendo sueños es como se nos escapa la felicidad del presente.
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