Fue a preparar la moto que habían usurpado; dejó salir una sonrisa de maldad recordando la cara de pánico de su anterior dueño. El cuchillo le sirvió para abrir las bolsas de las compras, un poco de papa, cebolla, se quejó de lo caro que estaba todo, puso un poco de osobuco que finalmente preparó para alimentar a sus hijos que rezongaban por las tareas de la escuela. Él más grande agarró el cuchillo que tenía su madre porque le dijeron que tenía que venir armado, que nunca se sabe, además ya era hora del bautismo. Se subió a la moto y partieron con su amigo al centro donde es fácil escabullirse y atrapar algún cheto. Bajo del ascensor del edificio, quitó el polvo del auto, pero decidió ir a pie, estaba contento por haber terminado de pagar todos los gastos de las expensas, estuvo mandando mensajes todo el día a clientes amigos y familiares, la empresa marchaba bien, la inflación hizo que se tenga que achicar un poco el personal, los llantos del bebé le daba nuevas esperanzas y fuerzas para trabajar por el país, pensaba ahorrar en dólares para darle la mejor educación a su hijo. Se cruzaron e intercambiaron miradas de desconfianza, agarró fuertemente su celular y él el cuchillo con que le amenazaba que se le zafó y atravesó su piel. No me quiero morir fue lo último que se escuchó. Fueron a un bar con los amigos a festejar el atraco, las cervezas acompañaban la alegría que se mezclaba con algo que nunca había sentido antes como un vacío, un retorcijón en el interior, no sabía si era el osobuco de la mañana o no recordaba que había perdido. Ella se enteró de la noticia, no la esperaba, nadie espera que sucedan estas cosas, menos intencionalmente, las lágrimas querían limpiar un poco la escena pero solo quitaban la visión de un panorama triste, la miseria siempre es triste.